Frente al mar

Estando frente al mar, es inevitable sentirse inferior,
e incluso sentir miedo ante la inmensidad de su horizonte.
Es bello, pero no te imaginas allá donde el sol se divide en dos.

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Las olas y su arena ocultan mis pies,
para luego ser limpiados como quien se arrepiente de lo que hizo.

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Me soporto en mis brazos mientras miro hacia arriba,
allá donde las nubes están clavadas.
Estar ahí sería glorioso,
me digo a mí mismo, ignorando mi temor a la soledad de lo alto.

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Sin autonomía, pienso:
¿Quién soy?
No hubo respuesta.
Y la paloma se volvió pez solo con pestañear.

No pretendía responderla.
Ni lo hice.

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¿Soy la infinidad del mar, o el mar termina en mí?
¿Es el mar sin nombre, pues la playa?
¿Es la arena sin nombre el mar?

¿Yo, Luis Miguel sin mi nombre, soy todo?
¿Soy por ser nombrado?
¿Es el nombre existencia?

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Todas ellas, una tras otra, invadían mi mente,
mientras un niño entendía un palo por un bote
y se alejaba dando órdenes a sus marineros.

De él no sabía el nombre,
pero existía, y ahí estaba.
Sus barcos tampoco tenían nombre,
y aun así, flotaban.

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Un grande azul,
un bote,
y un niño.

Estaban ahí,
siendo.
Pues nada de eso era yo.